El año 2018 fue un año de etapas cambiantes como el clima, pero ágiles como un trámite. Enero fue un fiasco creativo y el día de los enamorados, en febrero, casi logra igualarle. Él, que se la pasaba en soledad aprovechándome como dije alguna vez; y en entre sus juntaditas del negocio. Existió alguna vez, entre tantas presentaciones del tan dichoso negocio, que hacían en la casa de Fermín; la presencia de una joven chica, que andaría por su edad.
Era una chica que no tenía problemas, pero tampoco soluciones que aportar a sus penas, pero que aun así, con ese cabello hermoso como los jazmines y esos ojos tan tristes como los de un perro regañado no acabó entrando al negocio, pero sí consiguió abrirse su camino y entrar en nuestra conflictiva vida.
Una relación de tres. Si ya de por sí una relación de tres es caótica si no se preestablece bien, una en la que la tercer rueda era un compañero de piso aislado, casi mudo y que vive en una botella; ya pasa a ser un experimento casi científico. Acabó pasando cualquier cosa que yo pudiera esperar de su parte, como en una secuencia parecida a la de una película de terror.
Fui perseguido a través de los pasillos de nuestro hogar, el traía algo diminuto en la mano, con su conocimiento del lugar más su frío pensar me acorraló. Yo me escondí en la bañera, como un último esfuerzo, pero el final estaba escrito. Como una sombra emergió detrás de mí, haciéndose más grande a cada segundo, estirando sus largos dedos hasta un extremo de la cortina de baño, la tomó con delicadeza y casi arrancándola, tironeó con toda su furia y rencor. Yo era un mero ratón en una casa vacía, y él excusaba no tener tiempo para aquellos infantiles correteos, como si el temor al aislamiento fuera culpa mía.
Y otra vez caí.
Deslizándome por el largo tubo,
Hasta el culo de botella,
Tan frío que me hacía doler el alma.
El caucho esta vez era negro, parecía una tapa permanente. Para peor mis papeles habían quedado fuera, solo se podía empezar desde cero. Como sea, estaba sellado una vez más, y no podía hacer nada más que lo que estaba acostumbrado.
Agatha acabó resultando una muchacha dulce, con un corazón fuerte y repleto de buenos principios. Y sigue siendo incapaz de dejar que cualquier persona le pagara algo por cualquier razón, ella era autosuficiente, no precisaba de nadie, irónica pareja la que había visto nacer. Me sobre exaltaban esos ánimos suyos de seguir siempre adelante sin importar qué, y aunque era él el que tenía los sentimientos hacia ella, admito que también lograba hacerme sonrojar, por más de ser el tercero y por más que no tuve ni voz ni voto en toda aquella temporada.
Siempre le deseé el bien, he de admitirlo.
Pronto todo acabaría siendo algo raro, él, conmigo fuera del camino lograría lucir una y mil veces sus malos modos que usaba para relacionarse con cualquier persona. El fuego que ardía en su interior por el negocio acabaría aminorándose poco a poco, día a día, como el efecto de una droga por la costumbre.
Agatha y sus intenciones por crecer en ese nuevo ambiente fueron los primeros clavos que yo acabaría poniendo en el ataúd donde acabaríamos enterrando el poder de él.
Presencié decenas de encuentros en los que intentaría ser una copia barata de Fermín, pero él nunca podría ser Fermín, ni Víctor, porque ambos nacimos con una pequeña bacteria que nos prohibía ser falsos y dar mentiras para despertar el interés. Diablos, ni siquiera podía ocultarle los detalles más feos. Lo que ocurría es que los prospectos, como sus socios los llamaban —menos él— siempre tienen preguntas. Cuando le propones un “futuro de miles de dólares” —Sí, dólares, no pesos— con libertad de horarios a un trabajador nato, lo que más llega a tener cuando el otro termina de contarle, son millones de preguntas. Y resolverla llevaría a otra, y esa a otra, y así hasta que el prospecto se asuste o se canse. Y podrás imaginar qué era lo que él más lograba.
Vi un desastre, dos, tres y muchísimos más. Así fueron poco a poco cayendo sus ganas como la pluma que se le escapa a un ave en pleno vuelo, y yo vería, aunque Agatha se lo perdería; cómo llegaría a tocar el suelo.
Entre tanta mugre mensual existió un atardecer hermoso. —Yo sepulté abril y mayo, erradicando decenas de días llenos de peste egocéntrica— Ellos habían salido al parque para ver como desaparecía el sol en la lejanía, mientras empezaba a quedarme sin hojas y guardaba cada hora en forma de tinta para una posible confrontación. Ellos se veían tan bien juntos que empezaba a darme cierto asco, sobre todo porque no creía que él se lo mereciera. En un momento, ella le comentó que tenía ganas de abandonar su carrera:
—Es que son tantas cosas por estudiar.
—Pero ya vas por tu tercer año, no lo dejes por la mitad —le rogó él.
—Pero vos viste todo lo que tengo que estudiar, me da miedo que no acabe nunca.
—Mirá, lo único acabable es la vida.
“Qué frase para alentar a tu novia” pensé.
—Que ánimos que me das, —se quejó ella alejándole la cara con una mano.
—Vos entendiste, todo a su tiempo. Si te recibís tenés un trabajo asegurado, créeme.
Y con eso le bastó para que ella decidiera besarlo para decirle “te amo” luego, sin duda era amor. Sin duda alguna.
No me quede con nada más que con esa frase, más que nada por el extenso historial de su constante abandono. La emoción de constantemente probar hacer algo es lo mismo que regar plantas con queroseno si abandonas tan pronto como eso nuevo te llega a aburrir. Como plantar semillas todos los días, para quitarlas y replantarlas al día siguiente. Como comprar… diablos, me estoy yendo y se me acaba el papel. Hasta aquí por hoy.