Estoy seguro de que algo se me escapa. Algo tendrá que ver con el espontaneo sueño, ¿Qué era? Desayuno solo, como cada vez que ella la lleva al jardín y se queda un buen rato para que no llore al ver que la abandonan por unas horas, pobre, todavía no se acostumbra mi nena. El tercer mate y ya lo lavé, estoy completamente ido. El rubio de sus cabellos me tiene descontrolado, y eso que recién empieza el día, la que me espera. No quería darle más vueltas, pero el amarillo lo tengo siempre presente, en la azucarera, en la taza de ella. En las sabanas de mi nena, ¿Había sido pelo siquiera? Ahora no estoy seguro. Pensá, pensá. Como si alentarme a mí mismo me lubricara los engranajes de mi mente y encendiera un mecanismo tan oxidado como mi memoria. Siempre envidié la facilidad que tienen algunos, recuerdan hasta que tan rubio eran de chicos, comparado en como el tiempo quemó sus cabellos, dejándolos en un simple castaño. Que tan rubios, otra vez, si mi memoria sigue activa, es ya como un dispenser de chucherías. Dos centavos por una pelotita, una pelotita que se la darías a tu nena o a una sobrina, “que lindo” diría por simple obligación. Acabaría tirándola a las dos horas. O menos. ¿Qué venía diciendo? Ha, el dispenser de mi memoria. Nunca puedo acordarme nada de prepo, siempre es un detallito acá, otro por allá, “te toca a vos unir los puntos” pensaría, para mi suerte ya no me hace falta. Ella siempre se acuerda de mis problemas. Problemas, siempre anidan problemas en mi mente, ¿Qué es el rubio entonces? ¿Un problema? ¿Un mal recuerdo que tuve la suerte de haber olvidado y al querer desenterrarlo, no estoy haciendo más que recordando una desgracia? Ay, que dilema este rubio vacío de memoria. Como sea, debería cambiar de tema. Ella ya volvió y no quisiera que se preocupe.
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