Y la trágica noche de una muerte anunciada llegó, aunque ninguno quería verla en el presente todavía. El lugar ya estaba a oscuras, la gente era más bien poca, por lo pronto contábamos unos dieciséis del público, más los pocos de los empleados que llevaban y traían bebidas y comidas. El lugar se asemejaba a una gran ‘L’ donde la tarima acosada por siete luces se hallaba en la esquina, donde pudiera verse desde cada esquina.
Nosotros habíamos llegado con antelación, como siempre. Apenas llegamos encontramos una mesa reservada para el grupo del taller. Nos sentamos ambos en silencio, en la tarima estaba un guitarrista, hijo del dueño del lugar tocando una chacarera. O eso creí que era. Él, no había despegado ese toque amargo de su cara en todo el santo día, y al decir verdad, empezaba a irritarme. Para el colmo, ya había divisado al casi cuarentón en una silla, con una lata de cerveza que en la vida había visto, una campera estúpida que solo hacía empeorar las cosas en una rara y calurosa semana de otoño.
—Que ganas de transpirar tiene ese. —Solté, sin dejar de mirarlo.
—Ajá. —contestó todavía mirando el teléfono. Como hacía hace dos horas.
Su semblante amargo estaba logrando colmar mi paciencia, esa que hace años me viene forjando. Estaba empezando a hartarme de todo, del miedo, de los nervios, de sus persistentes altibajos y de su constante abandono. Ese que, sin importar la situación, razones o los involucrados, siempre terminaba por aparecer.
—¿Vos pretendés hacer algo bien alguna vez?
—¿Eh?
Y eso fue suficiente para mí. Creí que, si en algún momento de la noche llegaba a hartarme más de lo que lo había hecho, debería de aprovechar ahora, cerrar la fuente antes de que se rebalse el agua. Y por primera vez, tomé el control.
—Me cansé —me paré y agarrándolo por una muñeca, arrastrándolo con quejas y lloriqueos hasta el baño del lugar. Uno diminuto que solo tenía un inodoro y un orinal, nos encerré junto al inodoro y lo callé de un sermón—. ¿Vos te crees que sos el único que se lastima con la vida? ¿Te pensás que no me pasan cosas en el interior a mí? Porque si no, no le veo otra interpretación a tu deforme y sucia forma de ser.
—¿Qué te pasa?
—¡Tu abandono me pasa, Siempre me pasa! Son tres buenas y doce malas con vos, de a ratos te comportás como un buen hermano y después retrocedes todo el trayecto en un solo día. En serio, ¿No te das cuenta? Estuviste bien desde que te dejó tu ex y ahora, de pronto, te retrajiste en un santiamén desde la clase en la que viste al miedo en la ventana (que además no era la primera vez que lo veías). Y así estás desde entonces, frio, amargado y mal contestador. Así como… ¡Como lo eras en un principio! Y yo estoy acá, te hice caso, empecé el taller, me encantó y todo, pero esto de exponerme no sé si sea lo mío y vos no me ayudas, no me das una mierda con lo que me pueda sentir cómodo y relajado, no me aportas nada. Abandonaste, otra vez.
Hice una pausa para respirar, comenzaba a agitarme mientras podía sentir como todo se acumulaba en una bola inmensa y consiente de sí misma en lo que se adentraba en mi cabeza, rompiendo con todos los paradigmas, con todas las esperanzas y los pensamientos bellos.
—Yo sabía. Nada.
—¡Pará! —Dijo casi gritando más fuerte que la música de allá fuera, evitando que me escapara de la lucha.
—Tenés razón. —Dijo pesadamente por fin—. También tengo miedo…
Silencio. Nos miramos por unos segundos y alguien tocó la puerta del baño.
—¿Está ocupado?
Le di tiempo suficiente hasta que volvieron a tocar a la puerta.
—No me dijiste nada nuevo. —Le susurré antes de salir—. Disculpe la espera señor. Ya puede pasar.
Al salir del baño, no supe a donde se fue.
En nuestra mesa ya estaban todos los chicos del grupo de escritura. Ibél, Rocío y Luz saludaron con fuerzas y energías como para un batallón, si entonces estaban nerviosas no se les notaba en lo más mínimo. Nos abrazamos y yo me senté en la silla que estaba libre.
—¿Y estás nervioso?
—¿Yo? Estaría mintiéndote si te digo que no, Luz. —me reí nervioso.
—No pasa nada, solo es gente de otros talleres y sus familiares. No va a ser nada grave.
—supongo, —dije mirándome las zapatillas con tantos nervios que ni siquiera podía mirar al público.
El tema cedió para no extender los nervios. Ellas pidieron unas cervezas para tomar entre todos. Pasaron los minutos más agudos y angustiantes de toda mi corta carrera como escritor y poeta. El público aplaudía al resto de artistas como si estuviera obligado, sin mencionar aquellos familiares que estaban presentes por el que tocaba, o bailaba en el momento. No pude seguir mucho la charla de ellas tres por estar demasiado centrado. Solo dilucidaba sus bocas abriéndose y cerrándose para reírse y acotar cosas que no podía escuchar. Para mí, había perdido toda audición; exceptuando al público y al cantante que estaba en la tarima. Solo aquellos dos sonidos estaban vivos para mí. Al menos así fue hasta que escuche que una voz me nombraba con el micrófono, estaban pidiendo que me presentara ante las luces lo más pronto posible.
Ellas tres me vitorearon al ponerme de pie y se silenciaron en el segundo en el que toqué el micrófono:
—Buenas noches. —Dije tímidamente, traté de calmar mi respiración. Parpadeé lento, las luces me inhibían como si fuera una polilla alérgica a la luz artificial, el mundo empezaba a crecer y yo a achicarme, la gente ponía el ceño fruncido y arrugaba la cara, cada vez más y más y más hasta que de pronto, una voz involucró a la mente. Solo fue un pensamiento: “Ya estas acá, ahora tenés que hacer algo. Solo hacelo, ¡Hacé algo!”—. Me llamo Aaron Konrat, y soy del taller de escritura creativa de Luz. Esta noche les voy a recitar dos poemas. El primero se llama:
Bendito común.
Bendición de los sanos
aunque hoy se ha degradado tanto
que está normalizada.
Nuestra guía del día
ingrediente de prejuicios
seduce y ahoga
mientras los débiles
se dejan llevar al percibir
apariencias ciertas y mentirosas.
Reemplazada
por tus diez ojos
sintiendo cada rincón
cavas profundo
a diferencia de nosotros,
que apenas nos miramos.
Quisiera saber
que es sentir el doble
con el resto de tus sentidos.
Viví el silencio de un segundo que recuerda al casi obligado aplauso y un relajé para el corazón. Había recitado y estaba con vida. Y feliz. Algo que recordaré hasta el día que me vaya, es que, tras esa gamma de aplausos de agradecimiento, el casi cuarentón del miedo, que estaba súbitamente cerca, agarró su lata que de seguro seguiría llena, se paró y se fue del lugar. Y no lo vi más por aquella semana.
—Muchas gracias, el segundo y último lo escribí hace más bien poco y a pesar de que no he logrado titularlo todavía quería dárselos a conocer, dice así:
Latidos de corazones secos
Entre tome y deje
la debilidad de la razón
que grita que no,
no te entregues
riendo como hiena
absurdismo rellena su vida
grácil y cabezón
dando el último paso
y el viento
que le acaricia el rostro.
Otra rondita más de aplausos y yo ya estaba encaminado hacia mi silla, alegre y expulsado del terror. En el camino Luz me abrazó con todo su cariño y yo pude devolverle el abrazo. También me mostró como había logrado grabarme mientras decía lo mío e intentó pasármelo por el celular, aunque no pudo y lo dejamos para otro momento. En el resto de la noche pasaron a recitar Rocío e Ibél, en ese orden. Rocío con sus mágicas imágenes para su poesía amorosa y amigable e Ibél con su contundente frente de frases que achacaban a la sociedad grados importantes para cualquier momento de la vida y únicos para aquella noche. Aunque más me pareció a mí que había sobrado el arte, pero faltado el interés.
El lugar se fue aguando entre más y más cervezas tomábamos, el último show de los talleres fue el de una banda de unos chicos, que por desgracia fueron a dormir demasiado tarde esa noche. La primera en retirarse fue Luz, dijo que al otro día trabajaba y que estaba muy cansada. Por otro lado, Rocío e Ibél parecían tener la energía que ni Luz ni yo teníamos juntos. Ellas se despidieron cerca de las dos de la madrugada y aparentemente se encaminaron hacia una fiesta cercana.
Cayeron las tres de la madrugada y con la hora también cayó el lugar. Cerró tan rápido que casi duermo dentro. Mientras caminaba a la luz de la noche —porque algunas calles estaban bajo mantenimiento y ni siquiera lámparas tenían— venía pensando en esa bola blanca que maneja los mares.
—“Tan tímida que te escapas medio día del sol.” —Pensé en voz baja mientras imaginaba cosas.
Entonces, Él, que no tenía idea de donde había estado se presentó por detrás y sueltó:
—La cerveza parece potenciarte. Son las tres y aun así creas. Pensé que no beberíamos más.
Su tono era uno chistoso, aunque no causó la más mínima gracia.
—No sos el único que falla a sus palabras al parecer. —Solté tratando de sonar hiriente—. ¿Ya vas a confeccionar una idea creíble por primera vez? ¿O vas a seguir mintiéndome? Te juro que a veces pienso que la botella era mejor que esto. Al menos las cosas eran claras. Ahí salía o no. Y punto. Sin maltratos psicológicos, sin idas y vueltas.
—Mirá. —Dijo y yo me detuve.
Pero no salió nada de él.
—Esta noche te demostré que puedo ser capaz al estar bajo el control. Salí a esa tarima hice lo que más temía hacer, hasta el miedo se paró y se fue. Miedo que ahora mismo está a dos cuadras más allá de nosotros ¿Qué más querés que haga para que confíes en mí? —Y otro maldito silencio—. Me lo imaginaba. No sos más que un jetón.
Ya Había dado media vuelta y había dado el primer paso cuando por fin se dignó a hablarlo.
—Futuro.
—¿Qué?
—Le tengo miedo al futuro. Nunca te tuve miedo a vos. Le temo al futuro porque es incierto y nunca sé que puede llegar a pasar y no sé si cuando eso pase, estaré listo y atento para protegernos. Y me aterra llegar al momento en el que no pueda hacer más nada. Que estemos perdidos y que no tengamos salida. Todo es incierto. Nuestro futuro y tus sueños. Me aterra el futuro porque no está escrito y no sé si cumpliremos tus sueños.
Sus ojos lagrimeaban ante el descargo de una idea almacenada por años. Y la primera lágrima se le escapó en el momento en el que le puse una mano en el hombro.
—Idiota. Siempre estuviste al frente y siempre supiste salir. De todo. Y por más que no sepamos nada del mañana. Dudar puede ser normal. Es más, dudaría de vos, si no dudaras. Porque no dudar, me habla mucho de vos. Me habla de cuándo sos humano, y los humanos dudamos todo el tiempo.
Le ayudé a enjuagarse las lágrimas mientras espiaba sobre su hombro, el miedo volvía a retirarse. Hoy no dormiría en nuestra casa al menos.
—Ya. Charlémoslo otra vez mañana. —lo rodeé con mi brazo mientras miraba a la luna y sonreía—, y al día siguiente, y al siguiente… ¿Te parece?
Nos abrazamos entre la caminata hasta casa, volviéndonos uno, limando las asperezas, confortando un nuevo y verdadero sentimiento de paz y brindándole a esa botella vacía, que ya no tendría uso ni beneficio. Los lobos acabaron durmiéndose, no sin antes, dar a luz a una nueva especie.