18 – Elemental y crítico

                Estamos en el último año de clases de Él. Hoy asistimos a un fresco laboratorio que está en el primer piso y que da más que pensar, comparándolo con su habitual aula. Tubos de medición, agua tónica y gases extraños decoran el fondo del salón, pero nosotros —o ellos más bien— vienen por otra cosa. Vienen junto a un profesor a practicar con microchips y cablecitos igual de anchos que un pelo de la cabeza de cualquiera. No sé bien mucho para que servirán, pero está bien visto que deben de ser importante en sus frías cualidades por que pasan gran parte del tiempo conectando y reconectando chapitas y cobre en una plaquetita de plástico blanca que se supone, les confirma si anduvo el artilugio o no.

                Nunca me preocupé por ninguna de sus clases, por más que siempre anduve revoloteando por el aula, no salía de mi mundo. De todos aquellos momentos rescato una ocasión en la que Él me explicó lo que era un ‘elemento crítico’. Me comentó como ese dichoso elemento es tan súbitamente importante que, si se llegase a dañar o apagar, el resto de la maquinaria se vería completamente afectada. Retrasándolo o arruinándolo todo de un solo tirón. Y yo creo, que en alguna parte de mí, en algún rinconcito, ese elemento está fallando. Estará en algún lado temblando. Tendrá fiebre, o estará resfriado. Pero no puedo entender cómo ni porqué.

                ¿No será que de algún modo es común esto? Que es normal vivir momentos erráticos y autodestructivos con tales pensares. Justamente ahora, en medio de este laboratorio, al tipo que explica, rodeado por todos nosotros lo veo explicando con armoniosa paciencia, usado palabras específicas  y elocuentes. Pero es que es mentira, porque con otra perspectiva que raramente saco a la luz, el tipo, se desgarra la voz a gritos. Alaridos desaforados y erráticos, pidiendo a todo pulmón, a toda alma al mundo que sea escuchado. Que sea visto, porque si no moriría de soledad, unos gritos que anhelan vergüenza o triunfo, unos gritos que proclaman su derecho a ser vivido. A ser expresado. ¿Cuál es la realidad que estoy viviendo?

                De a ratos el profesor elocuente, de a ratos, el gritador incansable. La escritura. Mi anhelo, que me obliga a verme en otras personas. Porque si no, no soy capaz de entenderme.

                —¿Qué hace sentado ahí? ¿No le importa nada? —Curioso es que Él no lo supiera. El miedo es así. Siempre quiere estar en la moda y siempre quiere llamarte la atención—. ¿Hace cuánto que está ahí?

                El resto de estudiantes se había ido al receso y solo quedábamos nosotros. Y el casi cuarentón precoz del tiempo que en algún momento, aprovechó alguna distracción para abrir la ventana del laboratorio. Sus piernas colgarían en el aire y aquellos fumadores que salían a la calle para hacer lo suyo podrían verlo y reírse de un loquito más. O puede que notificaran a las autoridades, nunca podríamos haberlo adivinado.

                —Está ahí desde el principio de la clase. Esperá ¿Vos también podes verlo?

                —¿No debería? ¡Está sentado en una ventana Aaron!

                Era extraño, entendible. Pero sin dejar de ser extraño.

                —Disculpame. —Dije, tomándolo de la muñeca, antes de bajar al otro de ahí quería aclarar algo—. ¿Desde cuándo lo ves?

                Él me miró, y tragó saliva antes de responderme.

                —D-Desde… ahora claro, no me había percatado de que estaba ahí.

                Estaba claro que estaba mintiendo, sus ojos nerviosos y esas pupilas como estrellitas huérfanas lo delataban.

                —Ey. Te conozco, decime la verdad. ¿Desde cuándo? —Debí de cortarle la circulación por que agitó su muñeca levemente—. ¡Decime la verdad!

                —Hace 2 años.

                —¿Vos estas jodiendome? No me digas… que tenías miedo de mí.

                —¿Qué? Por supuesto que no. Ahora no es el momento hay que sacar a este de la ventana.

                Y Él empezó a caminar hacia el cuarentón precoz, y en un arrebato irrisorio lo tomó por el codo y le gritó:

                —Ey, bajate de ahí. —Pero el miedo se volteó a mirarlo, con esos ojos muertos tras sus lentes, inexpresivo. Habrá infundido su razón de ser en Él, porque volvió a intentarlo con más respeto—. Por favor. Podrías lastimarte.

                Y entonces le soltó, el miedo se encogió de hombros, bajó una pierna de la ventana deteniéndose a mitad de camino. Le miró infundiendo sobre mi hermano algún sentimiento único para él, porque desapareció casi corriendo del lugar, aunque desde mi perspectiva, solo pude ver un rostro inexpresivo como el de antes. Únicamente cuando por fin estuvimos solos se bajó por fin de la ventana y se sentó en una butaca alejada a la del resto. Como habrá hecho sentado en la ventana, solo se dedicó a mirarse los pulgares, tan encorvado que daba algo de pavor.

                Un lugar amplio, casi vacío, en el que el único sonido que resuena es el choque de dos uñas de más largas, causadas por un tipo encorvado y pelilargo. No me había percatado. En estas dos semanas que su pelo estaba muy enmarañado, sucio. No quería darle la victoria, no pensaba hacerlo, no hoy al menos. Entonces rodeé las mesas, caminando silenciosamente sin dejar de verlo. Permanecía estático, chocando sus uñas, su espalda parecía agrandarse en tanto más me acercaba, por más que solo eran ilusiones mías. Me quedé parado junto a él unos minutos pensando cómo hacerlo y cuando junté el valor suficiente dejé caer mi mano como un plomo sobre su hombro. Pregunté:

                —Sé que lo sabés, ¿Cuál es su miedo?

                El nunca habla. Nunca. Cuando dije aquello se detuvo y lentamente alzó su mirada hacia mí. Con esas pupilas… que me dejaron caer en una ilusión. Y en sus ojos pude ver, pude escuchar y pude sentir, el ritmo caótico de las burlas y los aplausos de repudio. No pensaba compartirlo con nadie. Sabía bien que ese no era el miedo de Él.

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