16 – ya soñaba con una familia

                ¿Qué es el amor? Tal vez no debería apuntar tan alto, ¿Qué es el cariño?

                ¿Qué es esto de acercarse a la gente? Y que los corazones se miren dulcemente ¿Qué es esto de encariñarse con extraños? A los que no puedes llamar amigos ¿Cómo es esto de sentir cosas tú solito por otra gente? Sin justificaciones. Está bien, esto puede no ser amor. No puede ser tan duro, ¿No es cierto que no es tan duro?

                Malargada sea mi existencia. Porque no he vivido con nadie cerca y todos aquellos que violen mi perímetro personal de un metro más de tres veces, se lleva un titulito en la espalda, invisible: “Ojo, que ya me he encariñado contigo.” Malargada sea mi existencia. Mala y amargada, por esto que soy. Cada vez siento que me odio más.

                En serio, me preocupa demasiado, ¿Qué es esto de sentir cosas sin consentimiento? ¿Es así siempre? Porque más quisiera sentirme libre de expresar todo esto, de decirle a esa maestra, a la única que me cae bien, que le reservo algo de cariño. Por más que ni siquiera es mi clase. Porque el palpitar se condiciona y te avisa que te encariñaste con alguien, pero yo ya lo había anticipado, por que pasaron más de tres violaciones a mi perímetro personal. Y es una constante que no puedo despejar de mí. ¿Qué es esto de vivir a cuestas de sentimientos de terceros? ¿Y por qué no puedo saber cuándo alguien los vive por mí?

                Había salido del mágico mundo de la escritura —como Él lo llama— con una sonrisa grande en el rostro, un abrazo de Luz en la memoria y un texto por idear otra vez. Hoy estuve el doble de alegre, porque se habían integrado dos personitas creativas más al taller, con los mismos ánimos pulcros por la escritura.

                Él aseguraba que ya estábamos perdidos, que estaba claro que estaríamos ahí todos los santos miércoles. Apenas y era la tercera asistencia al lugar, pero ya aprovechaba para cantar victoria. Por más que sus insinuaciones no me molestaban, había algo que sí. Ahí, en el centro, nacía esta preocupación por el encariñamiento precoz.

                Debido a la brecha de tiempo que amanecía huérfana entre la salida del taller y sus clases nos quedábamos haciendo tiempo en una plaza cercana a su colegio para no tener que caminar devuelta hasta la casa y salir otra vez de allí para cursar. La plaza en honor al general San Martín tal vez sea una de los más grandes y hermosos lugares de la diminuta ciudad, con árboles enormes, una fuente y con muchos perros corriendo por doquier; algunos con dueño, otros con sin. Sin que ello le importara mucho a los que vivían por las cercanías, sin duda ayudaban a endulzar el lugar. Esa tarde las verdes estaban demasiado verdes para la fecha, capaz que por eso fue que nos sentamos a la raíz de uno de eso arboles anchos y viejos con esas ramas que danzaban con el sol de la media tarde.

                Me agrada pensar que cuando el cuerpo descansa, la mente danza o zapatea en el éter. No sé bien, pero creo que mi mente bailó dos milongas y un chamamé en todo aquel rato en el que perdí el tiempo, pensando. También había sacado mi cuaderno y una lapicera, por si precisaba con urgencia, pero tampoco me salió nada. Él confirmo unos veinte minutos, veinte minutos en los que me quedé mirando esos renglones que reclamaba que bajaran del éter para darles algo de cariño. En un momento Él decidió hablar:

                —El otoño está atrasado este año.

                —Puede ser… —contesté yo, desinteresadamente.

                —¿Estás bien?

                —Sí, ¿Por qué?

                —Pasé a última media hora tirando comentarios al aire para ver si reaccionabas y hablábamos un poco. Pero me ignoraste como los mejores.

                Y como una pareja traidora que es pescado bailando un chamamé con otro se apresura a huir, bajé de lo más alto del éter, me puse al tanto con el cerebro y recién ahí, alcé la vista.

                —¿En serio? No te escuché ni una sola vez.

                —Entonces no estás bien. Al menos no del todo.

                El sol también se quejaba de mi odisea mental, cambiando de lugar apresuradamente, iluminándonos nuestras caras por igual.  Aunque su cálido cariño era embriagador.

                —Tengo una duda. ¿Está mal que me encariñe tan rápido? —Dije yo. Escapando de las disculpas obligadas.

                —¿Ya te encariñaste de esa gente? Yo creo que no. Ya sé que nadie en esta santa tierra es igual. Y que el cariño para unos es distinto al de otros… no es que insinué nada, en fin. Vos me entendés. Lo que no te aconsejaría es decirles, podría no caerles tan bien. Digo, podrían mal pensarse.

                —Puede que tengas razón.

                A veces uno podría creer que esta errado al expresar ciertos tipos de sentimientos. Imaginando que es uno el que está mal y va saltando en los charcos incorrectos, pensando que en alguno de ellos se esconde un abismo por debajo. Cuando es una calle de lo más normal. Y cuando sabemos, que la noticia, se la traga el receptor.

                —Imaginá todo lo que pasaría si no les gusta, si no les pesa en lo más mínimo. —Continuó Él—. Podrían enojarse y tratarte mal. O peor, se lo toman mal, pero son pasivos, causando un ambiente de lo más tibio y raro. Así nacen esas situaciones en las que sabes que no todo está bien, y sabés qué es lo que está mal. Pero aun así no podés hacer nada.

                —Si ya se. Como cuando llueve y se te mete agua en las zapatillas, no podrás sacarlas hasta que acabes con tu rutina. Puede que sean cosas mías.

                Y con ellas, con las palabras mi éter se reanimó, había encontrado aquello que deseaba escribir hace más de media hora.

                —Se ven como buena gente. No parecen nada maliciosos, es de agradecer. No mal pienses tu solo ahí dentro ¿Esta bien? De seguro estén para vos sin importar qué, podrían llegar a ser buenos amigos. Con el tiempo. —Él me dio una palmada en la espalda.

                Inconscientemente seguía escribiendo cosas sin razón ni seguimiento. Y de la nada, emergió en mí una palabra, un anhelo.

                —Como una familia…

                Y como una crónica en medio de una comedia, lo descoloqué enormemente.

                —Sí, familia. —Dijo pesarosamente, dudando si quería o debía usar otras palabras—. Ya he tenido de esas, y créeme Aaron, el título “familia” no creo que tenga demasiado peso en esta vida.

                —Pero de la que se elige.

                —Elegida o no… Me da igual.

                Él se puso de pie quejándose y alzó esas palabras que sobrevolaron el tibio viento, intentando buscar peso en alguna otra conversación a la que pudieran ser agregadas. Capaz habíamos dejado huérfanas a otras palabras, y sin miedo a poder volvernos la justa razón para que emergiera un Batman cambiamos de tema cuando sonó mi celular. Me había llegado un mensaje de una de las chicas del taller, decía: “buenas noticias chicos, en un mes recitaremos en una muestra. Se va a hacer en el mismo lugar y va a haber bastante gente, preparemos poemas la próxima semana.” Tragué saliva.

                —Me acaban de dar una primicia. —Dije yo, con mi mejor voz depresiva.

                Fue en ese preciso momento en el que me sentí vigilado.

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