¿Qué día fue? Un miércoles. Un miércoles diecisiete del mágico abril. Diecisiete, para la quiniela significa ‘desgracia’, ¿Qué significará para otras clases e idiomas? ¿En qué pensarían los ingleses cuando les decías ‘Diecisiete’? ¿O los mayas al leerlo en algún sitio? La fecha de desgracia era una puerta sin trabas para mí. Un posible antes y después, como un también un perrito que te sigue hasta tu casa cuando niño y no podías hacer otra cosa que despedirte de él, porque no podías quedártelo.
Pero estamos hablando de mí. Y en esta historia, sí decidí abrir la puerta.
Llegábamos caminando por la olvidada calle Alem, una calle que se distinguía entre otras por su camino de piedras circulares, sin pavimento. Él, caminó estoico en todo momento, como de costumbre, mientras que por mi interior iba germinando el último átomo que conformaría la bomba atómica que estaba plantada en mi estómago.
—¿Cómo estás? —Me preguntó Él, ni bien pusimos un pie en la esquina.
—Me arde. —Dije tomándome la barriga—, acá.
—Eso es ansiedad.
—Claro, como si estuvieras en mi cabeza.
—No me hace falta. —Cuando llegamos a la alta puerta doble del edificio al que debíamos entrar, nos enfrentamos. Suspiró y luego de unos segundos me dijo—: Bueno. Aquí estamos. Es tu llamado, hermano.
—Todo se resume a esto, ¿No? —Aspire lentamente analizando los fierros de la antigua puerta, pesada a la vista y al tacto también—. Todo lo que hice en silencio, será criticado…
—No se acaba el mundo Aaron. —Dijo Él mirando hacia el horizonte—, decisiones hay muchas en la vida. Eso sí, todas tienen sus repercusiones. Sabés lo que dicen, antes vivirlo que imaginar qué hubiera sido. Bueno, eso sería fácil para vos.
—Basta. —Dije yo, dando el primer paso y abriendo una de las puertas con ganas de comerme al mundo al igual que querría morirme a la primera que algo saliera mal. Al instante me detuve en seco. Él parecía querer irse—. ¿No venís?
—Nah, esto es para vos. No para mí.
—¿Y me lo decís después de hacerme presenciar tus estúpidas clases?
—No es tiempo de pelear. Te espero en la esquina, suerte. —La acidez gástrica se tornó de a poco en cólera, aunque en parte tenía razón. No era el tiempo ni el lugar.
Dejé el mundo atrás para afrontar otro mundo inexplorado para mí. Me adentré en el edificio, percibiendo un dulce aroma a sahumerio. El aroma se transformaba químicamente al atravesar mis fosas nasales, descendiendo sensorialmente hasta mi corazón, calmándolo lentamente, latido a latido. Las paredes de maderas pintadas de colores vivos, repletas con decoraciones artesanales, discos de vinilo y arte de los años 80 orquestaban un ambiente de lo más creativo. Seguí caminando hasta que me topé con el sonido de la voz de unos pocos y guiándome con ellas me encontré con una puerta abierta. Al asomarme me encontré con tres mujeres hablando de las tareas previas, cuando me animé a interrumpirlas una de ellas me habló, interceptándome.
—¿Por el taller? —Me preguntó la que parecía la mayor de ellas.
—Justo estaba por hacer la misma pregunta. —Contesté con una media sonrisa tan tímida como un adolescente en su primera cita.
—Pasá, es acá.
—Permiso. —Me excusé algo tarde, ya estaba adentro hace tres minutos. Tomé una de las sillas libres, me senté, dejé la mochila en el suelo y recién cuando saque un cuaderno y una lapicera saludé—: Buenas tardes.
—Hola. —Saludaron las otras dos chicas, con una leve mirada hacia mí.
—Antes que nada, me llamo Luz, esto es un taller de escritura creativa, no es como cualquier clase. Quiero decir que no es una clase, acá venimos a leer, conocemos autores y depende de lo leído en el día escribimos alguna consigna y llevamos otra para desarrollar durante la semana. ¿Por qué no hacemos una ronda de presentaciones para darle la bienvenida como se debe?
Luz miró a las otras dos chicas que asintieron alegremente ante la propuesta. La primera en presentarse fue ella misma. Ella tiene treinta y cinco años, una sonrisa bella con dientes blancos como las estrellas y expresiones cálidas, estudia un profesorado en literatura y era el tercer taller que dictaba, aunque creo que era el primero que daba ahí, en nuestra ciudad.
La segunda en presentarse fue Rocío, una chica flaca con el pelo corto y un piercing en la nariz, la reconocí casi de inmediato porque ella era la causante de mi presencia. Ella comentó que estaba estudiando algo que no recuerdo en Buenos Aires, pero que por cosas de la vida había acabado allí devuelta, también comentó que estaba por cumplir sus diecinueve.
La última fue Ibél, una chica que estudia ciencias políticas. Con cachetes grandes y de sonrisa amplia, es de esas personas que no temen en lo más mínimo enseñar los dientes para sonreír. Hacía tiempo que quería escribir y comentó que había empezado a ir por su prima —quien también estaba concurriendo al taller—. Y concluyó su presentación comentando que casi tenía veintitrés.
Cuando ya no quedaba nadie más que presentarse, se quedaron mirándome. Tragué saliva y me di cuenta que nunca me puse a idear un trayecto de mi vida escritora. De todos modos, algo debía de decir:
—Me llamo Aaron Konrat. Soy técnico, —no hubo nadie que no alzara las cejas con sorpresa—: Y empecé a escribir porque, en una época, en la que estaban de moda unos micro relatos de terror, eran como pequeñas piezas, que al juntarlas todas se unían formando una suerte de novela, cuando leí eso me dije “wow, quiero escribir algo así” y así empecé, conocí el taller porque una amistad me pasó una historia del perfil de Rocío, que hablaba de este taller y… bueno, aquí estoy.
Rotundo silencio, nos quedamos mirando y no pude evitar creer que había dicho alguna estupidez. Tantas teorías en menos de tres segundos, aunque fueron en vano, porque Luz me dio la bienvenida otra vez y empezamos con el taller en plena siesta de insomnio y tinta creativa.
Las dos horas de taller habían pasado y yo salí a sentir el sol, el mundo seguía girando, no se había acabado ni tampoco había sido tratado como un imbécil creativo. Todo aquello que había pensado había acabado resultando paranoico e inútil.
—¡Hey, saliste! —Me gritó Él desde la esquina, en nuestro encuentro me sonrió y me rodeó el hombro con su brazo—, ¿Y? ¿Cómo te fue?
—Bien, bien, —Comenté por lo bajo—, ¿Desde cuándo tanta confianza?
Y entonces me soltó.
—Perdoname. Contame ¿Volvemos o fue cosa de hoy nada más?
Mientras emprendíamos nuestra caminata hacia la cursada le conté de como de bien me habían caído aquellas mujeres, de lo hermoso que escribían y de lo sorprendido que estaba yo al encontrarme creando a contra tiempo y, también, cumpliendo consignas literarias. También le comenté de lo cálido que me sentí en todo momento y de los autores que nombramos durante esas horas. Me hizo dudar de mí mismo, y de Él también ¿Por qué le contaba todo aquello? ¿Por qué estaba tan cálido de pronto? Aquellas fueron preguntas que emergieron en la noche, entonces solo seguí contándole.
—Para colmo, en un momento hicimos una consigna, nos tocaba escribir de algo a cada uno, y a mí, que no tengo ni idea de eso, me tocó escribir de estar enamorado. ¿Te interesa leerlo?
—Sí, si querés compartirlo, claro.
Y sin detenernos rebusqué entre los papeles de mi mochila y se lo di, un pequeño papelito escrito con mí puño y letra, en él se leía:
Doy vueltas en mi cama,
negándome a soñar esta noche,
culpándote a vos y esos rizos que me atacan
inyectando mis pensamientos
todo el tiempo
yendo y viniendo en el cosmos de la imaginación
la sangre se acelera
la agitación es inminente,
hoy no habrá descanso
aunque mi más profundo sueño
es que quisieras escuchar mis latidos.
Él lo agarró con delicadeza y lo leyó una y otra vez, mientras seguíamos caminando como dos solitarios que van por la vida sin rumbo, creando caminos sin saber con qué dirección, ni tampoco, sabiendo por qué lo hacen.