Huele a oportunidad.

                Noche de carnaval, un pequeño ciclo de olores recalcitrantes que recordaban al champán sin gas, los pasantes y las carrozas pasarían una vez más con ese ánimo desquiciado y animador.

                Yo trabajo fuera, por la zona vip solo tenés que supervisar el paso de la gente junto al delirante aroma a frutería rancia de la comida rápida que no lograrías sacarte de encima posiblemente hasta la mañana del lunes, con el aromita a naranjas pasadas de las frituras, el toque de piña verde que traían las salsas de las pizas, o la infaltable apestosa mezcla  de la manzana y frutilla que traían esas hamburguesas tan anchas como un pulgar.

                Toda esa aromaterapia era lo menos importante aquella noche, resultó bacante el puesto de jefe de puerta en mi sector por primera vez, y por recomendación de un amigo me eligieron para cubrirlo. Yo llegué temprano como siempre, recorriendo todo el corsódromo por fuera, y la tierra ya venía recomendando hacerse amigo de un paraguas, sobre todo la humedad que invadía la tierra, imbuyéndola con ese recuerdo aromático al cagadón de los perros enfermos.

                Llegué a mi puesto, saludé a los chicos de prensa y me quedé esperando a que llegara el resto, que lo fueron haciendo uno a uno mientras no paraba de mirar al cielo, a esas amenazantes nubes, tirándose pedos horripilantes que resaltaban un almuerzo con muchos guisantes, tanto mal augurio mudo. También observada los postes de luz que siempre se atestaban de bichos, aunque hoy estaban casi tan solitarios como el corsódromo

                Estaba claro que el espíritu y la positividad no iban a bastar. Las primeras gotas llegaron como otro pedo más, aunque esta vez mi nariz me llevó a un momento específico, recordándome cuando entre a la habitación de mi tía y la encontré, apestando, muerta; y luego cayó la segunda, y tras ella otra, y otra, más rechazos incesantes. Poco a poco iban ensanchándose más y más, llegando a caer gotas más pesadas que la verdad misma. Sin saber por qué, me quedé estático viendo hacia el cielo, creyendo que se trataba de una broma de mal gusto, hasta que acabé siendo el único en la intemperie y me obligaron a meterme dentro del edificio.

                La siguiente media hora estaríamos hediendo a teorías sin valor y falsa positividad, pero ya era inútil ser positivo, la tempestad llenaría la ciudad con sus pedos de gotas el resto de la noche. Y todo fue decepción, porque a noche se pospondría para mañana, pero el jefe anterior estaría disponible y yo volvería a ser inferior. O eso creí hasta el último momento, en el que la oportunidad apareció con su bálsamo tranquilizador como el abrazo de mi madre, con ese perfumito a talco de bebe y especias picantes para la comida; cuando mi jefa me confirmó que mañana mantendría mi puesto a pesar de todo.

                Esta fue una tarea para el taller de escritura creativa que estoy haciendo, la consigna era pensar en un momento del año (bueno o malo) y escribir de él haciendo énfasis en los olores de todo. ¿Que tal lo hice? ¿Se animan a tratar de hacer esta tarea?

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