8 — Como nacen los hermanos Pt.1

                Fuera de toda botella, de toda rutina, de todas las personas, de nuestro hábitat. Fuera de todo aquello éramos iguales, de pensamientos rotundamente distintos, pero igual de intensos y correctos. Y se supone que los iguales alguna vez tienen que empezar a trabajar juntos y en sintonía. Como los integrantes de una orquesta.

                Existió una idea que formamos juntos, nacida de su explosión cerebral de aburrimiento en medio de una reunión, apoyada con su decisión y convicción, y explotada con mi delirante escritura. ¿Llegó a ser buena? Bueno, tal vez, no lo sé bien, pero fue el primer casillero que avanzamos juntos en el camino que nos llevaría al nuevo estilo de vida, uno más pacífico y armonioso.

                Esa tarde estábamos en casa de sus padres, junto a ellos y un amigo que había llevado por alguna razón que ignoraba. Hablaban de cosas variadas: de política, historia y de las personas. Esa fue la fuente, la gente. Tan avariciosa como bondadosa. La variedad infinita que cubre tan inmenso mundo que compartimos todos día a día.

                Hablan de política entonces, repasando desde el 1890 aproximadamente hasta la actualidad, aunque más bien era un monologo de su padre. A menos que sea para cebar un mate o dejar suelto algún que otro comentario y dejarlo volar en el aire no hablábamos. Era más su amigo el que hablaba más que nosotros dos juntos.

                Él cebaba mates, y yo, vago de mí, estaba estancado justo ahí,como había sido liberado del tapón del aislamiento aproveché para recuperar mis papeles y conseguir aún másen mi botella, oxigenada gracias al nuevo ambiente que estaba conociendo. Veía sin parar las expresiones de cada uno para guardarlas en algún espacio de mi memoria para revivirlas en algún texto, para enriquecer las frases siempre me encuentro estudiando expresiones faciales, tal vez lo consideren una costumbre extraña, pero es un precio digno a pagar por querer escribir mejor.

                En un momento, su padre empezó a hablarnos de un tipo que ya no recuerdo en lo más mínimo, hablaba de un tipo que creo, estuvo en política para enriquecerse a sí mismo mientras escondía todo con bastante recelo aunque era casi para nada, si te pones a pensar que mucha gente sabía lo que era realmente el hombre— yo seguía esos ojos marrones y apagados por los años, interesado en la sapiencia que yacía tras ellos. Y segundos antes de que el hombre acabara con la anécdota de este político, desvío la mirada por dos segundos y lo veo a él, con los ojos desorbitados viendo hacia la nada. No quise ni pensar qué se cruzaba por su mente, pero era su típica expresión que tenía cuando le llegaba una idea del éter.

                Cuando no soportó más mi mirada me agarró del brazo con fuerza, me miró y me dijo:

                —Se me ocurrió algo.

                Con la delicadeza que no se merecía entonces solté mi brazo y le incité.

                —A ver, largá. Para, ¿Idea de qué? ¿Por qué me decís a mí? Lo cierto es que en lo que iba del año, ni  una sola vez había compartido una idea suya conmigo.

                —Una historia.

                —Ha, contame. —Le conteste, estoico, sin saber si realmente quería saber.

                —Imagina el escenario, un hombre acaudalado, con millones y millones de pesos en fábricas, empresas, departamentos. La ciudad lo ama, no, el país lo ama. Es bueno y cuida de los suyos con el alma. Un día fallece y su hijo hereda todo, con la sorpresa que un día le llega cierta información que dice que su padre no era realmente lo que mostraba, y poco a poco se van destejiendo las malicias de las que fue capaz en su día. Hasta descubrir que su padre era lo más cercano a un demonio.

                Yo me cebé un mate tranquilamente, lo tomé y sin dejar de mirarlo me lo pensé. Lo digerí y antes que estallara en ansiedad le contesté.

                Es… interesante. No, puede llegar a serlo.

                —¡Lo sabía! Dejá que le cuente a Agatha.

                “Agatha” pensé para mis adentros, mientras miraba la verdosa yerba del mate, tan estacionada y comprimida en un recipiente. Casi tan doliente como yo, la soledad volvió a acariciarme incluso con compañía, aunque ciertamente la compañía no era mía, sino de él. Agarré el termo del agua y cebé otro mate, poniendo un dedo en el trayecto del agua para enterarme de que se sentía, ser hervido cada un minuto. Y pensé que el tratamiento de la yerba no era tan distinto al mío: Hervido cada cierto tiempo, enfriado en el olvido y cambiado cuando ya no se necesita.

                Reí para mis adentros sin dejar de pensar en él y su presuntuosa idea. No quise imaginar si iba a pedirme ayuda, pero por más que me doliera sabía que, si me la pedía, estaba dispuesto a dársela.

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