Puede que el tiempo pase el doble de rápido cuando vivís en un cuarto cilíndrico. Porque no hubo tiempo más corto que haya existido que el que viví entre la primavera y el verano, sin sentir nada, Ni vivir nada. Fueron tres largos meses en los que arrancaba un papelito del almanaque cada día, sin más que hacer.
Él vivió la parte difícil, disfrutando de algún fin de semana tranquilo con amigos cada tanto y cursando día tras día. Por lo que me iba comentando, algunos de esos cuarenta que habían empezado la carrera iban abandonándola poco a poco, reduciendo el número de compañeros dos en dos. Entre más de la mitad del curso que abandonó, estaba uno de los amigos que él había logrado conseguir. Y desde que dejó la carrera, no supimos más de ese muchacho. Aunque cada cierto tiempo lo vemos en medio de la calle en un día cualquiera.
Esas prontas desapariciones me hicieron preguntarme muchas cosas, pero sobre todo me recordaron aquella característica, sino la más importante que precisa cualquier persona en esta vida, la constancia. Y no pude evitar ser egocéntrico, cuando él hablaba con el único amigo que le quedaba en la carrera y mientras yo escuchaba con una oreja parada empecé a revolver entre mis papeles escritos.
He pecado de hipócrita por señalar sin mirarme a mí mismo pensé, cayendo en la realidad. Mucho podría quejarme de su imbecilidad a la hora de decidir por nosotros, o por su inexperiencia a la hora de tratar relacionarse con nueva gente. Incluso él, tan terco mientras vive con las rodillas magulladas por tanto tropezar con la misma pierda, incluso así, resultaba ser mejor que yo al ser tan constante al probar y probar mientras que yo me revolcaba en el charco de la espontaneidad y el abandono.
Habré revisado más de cincuenta hojas que suponían orquestar distintas tramas y vidas imaginadas por mí, y ninguna llegaba a tener un punto final. Esa misma tarde caí en la deshonra y la depresión empezó a consumirme, sin dejar de ver mi asquerosa cara reflejada en la botella, sintiendo asco por mí mismo.
Aquella fue una semana dura sin dudas, y todavía no reparaba las grietas que tanta pena me causaban al parecer tan inferior a él que empecé a dudad si realmente precisaría la presencia de alguien abandonador como yo acá, en los confines de nuestra existencia.
Yo seguía ahogándome en mi profundo mar de desprecio mientras que él había acabado con sus exámenes de fin de año. Sabía que en unos días iba a reunirse con uno de aquellos compañeros que habían abandonado la carrera a mitad del año, era un muchacho muy simpático, aunque algo tímido y nervioso. Él llegó temprano como siempre hace y esperó a su cita con el mate bien caliente. Por suerte su excompañero no se hizo esperar demasiado, cerca de unos cinco minutos más tarde de lo pactado el chico apareció encima de su bicicleta, lo saludó y hablaron de cosas banales por unos quince minutos antes de que fueran al grano.
La cuestión era sencilla, su excompañero había usado la cita como excusa para ofrecerle una oportunidad de un disque negocio. Negocio que rompería con todos los problemas que aquejarían a un hombre común. Con propuestas agiles y sencillas, resguardadas con un título muy llamativo: “Trabajás cuando querés.” Su ex compartió sus ideas y sus puntos de vista dentro y fuera del negocio mientras él asentía tranquilo, emocionado, pero tranquilo, reluciendo esa frialdad para las propuestas que solo él es capaz de demostrar.
Habrían llegado a más, pero el sol se venía abajo con rapidez. Su excompañero le propuso entonces, antes de acabar a oscuras, continuar con la charla en la casa de uno de sus socios. Él aceptó, pactaron la hora y el lugar, se despidieron y ambos emprendimos caminos distintos.
Tonto depresivo de mí, volví viendo al cielo negro, creyendo que él había dicho que sí a todo con la intención de no quedar mal con el otro, solo por querer cumplir. Un error intrigante el mío. Al día siguiente, cuando menos quise creerlo, estábamos estacionando fuera de la casa del socio del excompañero.
Como dije, estábamos estacionados fuera de la casa del supuesto socio de Víctor. Nos orillamos cerca de la esquina, él apagó la moto y ahí nos quedamos, en completo silencio. Nuestras inseguridades nos fueron alarmando poco a poco, la ausencia de gente en plena tarde de siesta, solos en esa zona de la ciudad —que no era la peor, solo no daba buena espina—y el teléfono que no daba pistas de Víctor. Cuando nuestro nerviosismo nos empezaban a sugerir que nos fuéramos, pudimos ver a través del espejo retrovisor a un señor saliendo de una de las casas.
Era un hombre alto y de anteojos, con cara de refinado y que denotaba un aire a ser asqueroso con la gente. Miraba en todos los sentidos que podía, cuando no le quedaba en donde buscar clavó la mirada en nosotros, mientras que todavía lo vigilábamos por el espejo, él se nos acercó y se animó a preguntar.
—¿Sos amigo de Víctor?
—Sí. —Dijo él.
El alargado con cara de refinado se presentó a sí mismo como Juan Fermín, pero le decíamos Juan —aunque hoy en día le decimos Fermín, y cuando se nos cruza por la mente llegamos a reírnos—. Nos quedamos charlando por unos cinco minutos mientras esperábamos al atrasado de Víctor, que apareció en su bicicleta, agilizando para mí los minutos que estaban resultando eternos.
Pasaron a ser tres los que hablaban de cosas comunes y corrientes mientras intentaban esconder el verdadero interés de la reunión, que era hablar del tan famoso negocio. No tomaron mate, ni café, Cuando a Fermín empezaba a hacérsele tarde sacó el asunto a flote. Le preguntó a Víctor si podía ser él quien me explicara todo desde cero y él se lo permitió. Entonces Fermín se sentó junto a mí, sacó una hoja y un papel y fue directo a la yugular:
—Bueno, esto es simple. Lo que nosotros hacemos es cambiar de mercado, todo aquello vos hoy comprás en cualquier supermercado o maxi kiosco, pasamos a comprarlo en un mercado que se aloja en el internet. Por cada ítem que comprás te dan ciertos puntos, cuando llegás a acumular puntos suficientes te reintegran cierto monto. Y así ahorrás. Ahora, si haces lo que estamos haciendo ahora que es contarle a alguien que haga lo mismo: que cambie de comprar en un kiosco común a comprar en el mismo sitio los puntos que genere es conocido te los dan también a vos, ¿Me vas entendiendo?
Yo lo vi, tan tosco y duro, y me pareció que no se fiaba mucho en lo que le estaban contando. Aun así asintió, y Fermín siguió:
—Bueno, imaginemos, una canasta familiar deben ser unos 600 puntos digamos, y conociendo a tres que solo gasten 150 cada uno te ahorrás más de la mitad, conoces a tres personas que le interese ahorrar como a vos ¿Si? Ahora, esa canasta familiar debe andar en el sitio unos… $3600 —sus ojos se inflaron como un globo inflado por un huracán— ¿Tenés $3600?
Entonces yo me preocupé cómo no nos íbamos de ahí. Él solo dijo que no con la cabeza.
—Bueno, ¿un poquito menos? ¿$2000? ¿1500? ¿1000?
—No tengo nada para empezar. —Dijo con una tonta sonrisa en su rostro.
—Bueno, podemos ir de a poco y comprar en otro momento.
Y solo bastó esa frase para que él dijera que sí a todo lo que seguiría en adelante. Fermín y Víctor lo iniciaron en el negocio, lo hicieron un usuario de Gevway y cuando ya no podía decir que no, le comentaron de que debía pagar un a inscripción, aun así él siguió adelante a pesar de cualquier detalle que pudiera resultar extraño, se sacaron una foto los tres y lo despidieron brevemente, dejándolos solos con sus problemas.
Salimos tranquilos, él sonreía y yo me encontraba ciertamente molesto, y aunque pude hacerlo ni bien salimos de esa casa esperé a haber avanzado unas cuantas cuadras para increparlo.
—¿No te diste cuenta que te querían robar nada más?
Él se rio por lo bajo, volteó la cara y me silenció.
—Es un negocio como todos, cada uno va por lo suyo, aunque esté en parte disfrazado por querer ayudar a los que están debajo, lo único que lo diferencia del resto es que se maneja con internet. Además, no pensaba en darles un solo peso, no a ellos. Sí me esperaba algo como la inscripción, ¿Y sabés algo? Nada más tenía que decir que sí para que salgan del medio, después uno trabaja como quiere. El frío soy yo, acordate de eso. Si lo hacemos bien, no sé qué tan buenos podemos llegar a ser.
—Pero pensá, no tenés experiencia en nada. Y somos los más solitarios del condado.
—Creo que ahí erradica tu único error ¡Tenés que probar todo lo que se te cruce en el camino!
Entonces permanecí callarlo, sin llegar a entender si era hozado o estúpido al lanzarse a hacer cosas así sin tener casi nada de plata ni existencia. Aunque hoy creo entender, que su constancia al tirarse al vacío, actuando siempre a pesar de que ignora cualquier experiencia ante una nueva oportunidad, y solo entonces, comprendí la importancia de ser constante al intentar e intentar hasta que la máquina del cuerpo vuele y solo quede preocuparse por mantenerlo derecho.